sábado, 10 de septiembre de 2011

LA HISTORIA DE LA RETORICA:

La historia de la retórica abarca un periodo temporal de más de dos mil años y recorrerlo por entero escapa a las pretensiones del presente trabajo. La intención de éste, no es aportar una mirada exhaustiva de todas las etapas de esta modalidad discursiva, sino, simplemente, ofrecer una idea general y revisar sus logros más importantes. La finalidad básica es comprender mejor las diferentes tendencias actuales en el análisis de esta materia.


La retórica es una manifestación típicamente occidental que nace conectada a un fenómeno judicial, y que, en un primer momento, consistía en la búsqueda de recursos para convencer a un tribunal y a un auditorio.

Parece totalmente aceptado por los estudiosos del tema que la retórica aparece vinculada principalmente con los conflictos jurídicos, a pesar de que éstos no se puedan separar fácilmente del componente político que conllevan.
La retórica nace en   Siracusa, en el siglo V a.C., una revuelta de carácter democrático derroca a los tiranos Gelón e Hierón, quienes habían requisado las tierras de la población para entregarlas a sus mercenarios. Su caída comporta el inicio de una serie de litigios populares para recuperar las tierras expropiadas. Este hecho tiene, pues, una doble faceta jurídica y política. El derrocamiento de los tiranos da paso a la democracia: a litigios para recuperar las propiedades expoliadas. Los tiranos habían sustraído las tierras y las habían dado a mercenarios y secuaces. Cuando se reinstauró la libertad, se instaló la palabra pública y libre, es decir, la retórica”.
De este modo, ya desde los orígenes de esta disciplina, se apuntan dos de los tres géneros clásicos de la retórica: el judicial y el deliberativo. En este sentido se afirma que:
"En un mundo como el griego, donde la polis era la organización social dominante, no pudo tardar en emerger la práctica de la retórica deliberativa”. El último en aparecer es el género epidíctico, "un género menos funcional e inmediato que el anterior, bastante superfluo y que florecerá sobre todo con los sofistas". Aún con todo, será Aristóteles, como se verá más adelante, quien partiendo de Empédocles sistematiza y construye la tipología que se toma como modelo en épocas posteriores. Su clasificación se fundamenta en el tipo de público al cual va dirigido el discurso. Como se puede observar, ya desde buen principio aparece el público, o el auditorio, como una de las figuras esenciales y como uno de los actores básicos en el juego retórico. Esta preeminencia del auditorio en la construcción del discurso es una de las conexiones clave con la teoría de la argumentación actual, al tiempo que constituye una primera pista para relacionar la retórica con la pragmática.

Tras la aparición de la necesidad de litigar públicamente para poder recuperar las propiedades perdidas, el segundo paso lo dan Córax y su discípulo Tisias, que son los primeros maestros de retórica para la gente que tuvo que enfrentarse a los litigios ya mencionados. Estos autores proponen un conjunto de técnicas que permiten argumentar de manera más efectiva ante los tribunales. Su retórica se fundamenta en preceptos prácticos y en ejemplos alejados de la idea filosófica de la búsqueda de la verdad, que se desarrolla a partir de los sofistas, ya que a los jueces no les interesa tanto la verdad abstracta como la verosimilitud, es decir, aquellos elementos válidos para cada caso concreto.

"su preceptiva se apoyaba en el principio siguiente: lo que parece verdad cuenta mucho más de lo que es verdad; de ahí la búsqueda sistemática de las pruebas y el estudio de las técnicas adecuadas para demostrar la verosimilitud de una tesis". Se apunta aquí una de las discusiones básicas en toda la historia de la retórica, la relación entre verdad y opinión, que marca consecutivamente fases de auge y de decadencia de esta disciplina, sobre todo en el siglo XIX.

Así, ya en este estado inicial se apuntan dos de las que serán características básicas de la argumentación persuasiva, la importancia del auditorio y la verosimilitud de los argumentos, que harán que la retórica pueda desarrollarse en aquellos ámbitos humanos en los que la evidencia empírica es difícil o imposible. Es decir, aquellos ámbitos propios de la razón práctica. Ello puede suponer también otro punto de contacto con la pragmática. En esta teoría, se condiciona la validez del argumento, o del enunciado, al uso y al momento en el que éste se expresa.

Corax y Tisias no son los únicos autores de estos primeros pasos de la retórica, sino que en el siglo V a.C. se pueden señalar también otros como Pitágoras, Parménides y Empédocles. De hecho, Plebe (1996: 17 y ss.) afirma que coetáneamente a la retórica "científica" de Corax y Tisias, basada en la demostración técnica de lo verosímil, se desarrolla otra escuela de retórica irracional que practicaba y teorizaba una retórica no científica, sino psicagógica, fundamentada en la atracción emotiva que la palabra, sabiamente manipulada, ejercía sobre el alma de los oyentes. Esta corriente estuvo más vinculada al mundo pitagórico. Las características fundamentales que ha de tener el discurso desde el punto de vista de esta propuesta son dos. La primera sería la utilización constante de la figura retórica de la antítesis, relacionada con la teoría pitagórica de los contrarios. La segunda sería la "politropía", consistente en el propósito de usar diferentes tipos de discursos para los diferentes tipos de auditorio (en contra de la "monotropía" o servirse de un solo tipo de discurso). Para Mortara (1991: 19) fue Aristóteles quien atribuyó al ambiente pitagórico la definición del concepto retórico de lo "oportuno" (Kairos). La idea de la oportunidad de un discurso según las circunstancias y los interlocutores fue relacionada con la noción de "politropía".

También son básicas en esta etapa inicial las aportaciones de Antífono, que pueden resumirse en tres puntos clave:

a) Señala una disposición en cinco partes: exordio, narración, confirmación, digresión y epílogo, aplicable a todos los discursos.

b) Redacta los lugares y argumentos tipo (tópicos), como fórmulas generales, vacías, que pueden aplicarse a cualquier discurso, y que también son desarrolladas por Cicerón, Quintiliano y Aristóteles (aunque este último autor niega que sean estructuras vacías y afirmará que no pueden aplicarse a cualquier discurso).

c) Elabora la teoría de la verosimilitud.

Quedan así perfilados los primeros pasos de la etapa inicial de la retórica, aunque su consolidación se desarrolla, a mediados del siglo V. a. C, en el marco de la polis griega, más concretamente en Atenas. En este ámbito de libertad surgen los sofistas, que  suponen el primer gran acontecimiento de la historia de la retórica, ya que generan un modelo atemporal, epistemológico y ético. Éste, produce un gran desarrollo y viene a cubrir, importantes lagunas de la civilización griega, como son la organización de las principales estructuras educativas y la contribución al desarrollo del espíritu crítico. A pesar de que sus contribuciones al avance de la retórica como ciencia son claras, también lo es que los sofistas se han llegado a identificar con una parte muy negativa de la misma por su desvinculación de la ética entendida como defensa de una verdad absoluta. Esta consideración negativa puede ser fruto de un malentendido sobre la dimensión real de su tarea. En este sentido se expresa María José Canel (1990: 444), quien define la filosofía de los sofistas de la siguiente manera:

"Creían en la imposibilidad del conocimiento humano para conocer la verdad. Por ello se les tachó de escépticos, y lo eran. Pero en su escepticismo cabe la justificación de los acontecimientos históricos y sociales del momento. Los sofistas, tras las tiranías y los gobiernos tradicionales, se presentaban como hombres de una nueva situación que apuntaba a la democracia. Como réplica al modelo educativo de los semidioses (basado en el culto a un mundo ideal y pasado) los sofistas buscaban acercarse a la vida real de los hombres y de la sociedad. Era preciso conocer al individuo, saber sus fibras íntimas. Con ello, el centro de gravedad de la filosofía cambia la naturaleza por el hombre y la sociedad. Se entiende entonces que los sofistas dieran una importancia capital a la palabra".

De hecho, puede afirmarse que los sofistas son posiblemente los primeros en teorizar sobre el poder de la palabra y sobre su influencia en los asuntos humanos y sociales.

Con los sofistas se inicia la tendencia a adaptar el discurso a las predisposiciones del auditorio. Esto es, a conocer al auditorio para ajustar el discurso persuasivo a sus ideas, valores y necesidades. En última instancia, esta adaptación de las palabras a las particularidades del auditorio supone que el orador debe tener en cuenta las opiniones del público si quiere que su discurso sea efectivo. Y esta operación comporta el conocimiento de este público y, por tanto, se le reconoce un lugar central en el proceso comunicativo.

A pesar de que las propuestas de los diferentes sofistas no coinciden exactamente, podemos encontrar algunos puntos comunes a todos ellos.

Esta base compartida se centra fundamentalmente en tres aspectos:

- Por un lado, la preocupación por el arte que enseñaban (la retórica).

- Por otro lado, el escepticismo manifestado en que "el conocimiento no podía ser sino relativo al sujeto receptor". De esta manera, el único criterio de verdad es la doxa (opinión). Ello hace que los sofistas se centren en aspectos formales del lenguaje y que así la retórica entre en los dominios de la poesía.

- Otro aspecto, derivado de manera bastante clara del anterior, sería la importancia que todos ellos otorgan a las circunstancias en las que se produce el discurso. Se trata de un criterio claramente pragmático que hace necesario que el orador tenga en cuenta la enunciación del discurso, sus condiciones de puesta en escena.

Estos aspectos, especialmente los dos últimos, suponen unos principios retóricos básicos que deben considerarse en cualquier teorización retórica. Precisamente, son la importancia del auditorio como elemento central del proceso persuasivo y la consideración de las circunstancias que envuelven el proceso retórico, dos de los puntos centrales del modelo de análisis que se propone este trabajo. Para poder comprender de manera un poco más concreta la concepción filosófica de los sofistas y lo que ello representa en el panorama histórico de la retórica, resulta conveniente describir las propuestas de algunos de los sofistas más relevantes. Entre ellos destacan las figuras de Gorgias, Protágoras e Isócrates.

En primer lugar destaca Gorgias (485-374 a.C.), que ejerce la docencia en Atenas.
Para Berrio (1983: 15), este autor es el exponente de un escepticismo radical que le lleva a negar la posibilidad de conocimiento para conseguir la verdad. El conocimiento es relativo y depende del ser humano. Las implicaciones en el conocimiento de este posicionamiento las explica muy acertadamente Roman (1994), quien advierte que el punto de partida de Gorgias es que la percepción está limitada por los sentidos.

Ello hace que el ser humano esté encerrado en su propia subjetividad, porque los sentidos son incapaces de mostrar un mundo unificado. La experiencia del ser humano es íntima y única y, además, es imposible transformarla en palabras y transmitirla a otros. Por tanto, la realidad no puede comunicarse. Molina (1994: 48) califica esta postura de nihilismo: "Nada existe, si existiera no podríamos conocerlo, si pudiéramos conocerlo no podríamos comunicarlo". De esta manera niega la capacidad simbólica y significativa del lenguaje, reduciéndolo a su función retórica. Así, la palabra persuade a las personas y moldea sus mentes, se dirige tanto al conocimiento como a la pasión. De hecho, Plebe (1996: 33) destaca dos elementos clave en la definición gorgiana de la retórica. En primer lugar, la indicación de la persuasión como esencia de la retórica, tanto en la forma como en el contenido. En segundo lugar, la delineación de la tarea puramente psicagógica y no científica de la retórica. La persuasión sería, entonces, seducción.

Su aportación más remarcable es la creación del discurso epidíctico o laudatorio referido a una persona, ciudad, dios, etcétera, a los que loa o censura (esta segunda modalidad es más rara). También se le atribuye la invención de la prosa poética, introduciendo con ella una de las vertientes más relevantes de la retórica: la elocutio.

Hasta entonces, las figuras de estilo (si es que en aquellos momentos se puede hablar de estas figuras, ya que estaban en una fase muy incipiente) solamente se habían aplicado a la poesía. Con Gorgias la prosa también persigue un fin estético, además del puramente comunicativo. Esta primera diferenciación entre retórica de las figuras y retórica de la argumentación, que se hará más evidente a lo largo de los siglos y que se consolidará definitivamente en el Renacimiento, tiene una importancia sustancial para entender la posterior decadencia de la retórica y el cariz que toma su recuperación en el siglo XX.

La propuesta de Gorgias es ciertamente radical. La inexistencia de cualquier criterio de verdad lleva a una negación absoluta del conocimiento y de la comunicación.

Protágoras (492-422 a.C.) inicia una vía fundamental de la retórica: la filosófica. Relega la búsqueda filosófica de la verdad e intenta encontrar la razón más convincente basada en pruebas. Sus fundamentos básicos son el relativismo escéptico (todo depende del momento, del público, de la finalidad, etcétera) y un humanismo a ultranza (el hombre como medida de todas las cosas). Puede verse que su relativismo no es tan radical como el de Gorgias, ya que sí admite un criterio de referencia: el ser humano. La existencia de este criterio, como se verá más adelante, a través de su recuperación por parte de Aristóteles, da lugar a un relativismo que permite el juego comunicativo entre diversas instancias cargadas de sentido. El ser humano, como señala Berrio (1983: 15), empieza a ser centro de interés en el momento en que, con la democracia, las leyes sustituyen el orden natural. La ley es convencional y, por tanto, se ha de conocer al individuo. Berrio (1983: 17) define a Protágoras como "creador de lugares comunes que representarían lo que sabe la gente, los códigos culturales de la época ". Posteriormente, Aristóteles desarrolla estos dos puntos básicos y de él pasan a la retórica actual como uno de sus principios fundamentales.

Desde el punto de vista de Reboul (1996: 11-12), estos tres autores (Corax, Gorgias y Protágoras) son los máximos exponentes de las tres fuentes de la retórica clásica. Este autor defiende que la fuente judicial viene representada por Corax y Tisias; la fuente literaria, por Gorgias, y, por último, la fuente filosófica, por Protágoras y, en un segundo plano, por el resto de los sofistas.

Isócrates (436-338 a.C.) pretende un equilibrio entre la oratoria y la elocuencia.

Rechaza tanto los artificios sofistas como la dialéctica platónica y constituye un puente entre dos visiones muy opuestas de la retórica. Robrieux (1993: 10) define su posicionamiento de la siguiente forma: "Para él, la elocuencia omnipotente y engañosa debe dejar sitio a una concepción de la palabra eminentemente humanista, la cual lejos de intentar convencer a cualquier preciose debe presentar más bien como un arte de pensar, un arte de vivir". Intenta moralizar la retórica volviendo al discurso bello y armonioso y recobrándolo. Según Reboul (1996:15), sus normas son la claridad, la precisión y la pureza. Busca la armonía antes que nada: "Para él, la retórica no es el aprendizajede un trabajo, es lo que nosotros llamamos ¿ culturageneral?, y que el denomina "su filosofía". En resumen, busca la belleza y la verdad”. Para Berrio (1983: 21) "se trataría de una nueva retórica que buscaría unos objetivos capaces de ser defendidos éticamente y que, además, fueran susceptibles de aplicación práctica".

Platón (428-347 a.C.), como Isócrates, es muy crítico con los sofistas. De hecho, es enemigo acérrimo suyo y les recrimina el dar preeminencia a la opinión sobre la verdad.

Esta postura lleva a afirmar que del discurso de Platón se desprenden connotaciones antidemocráticas: "Platón tenía la intención de arrebatar a la ‘mayoría’ el derecho de juzgar, elegir y decidir”. Por lo tanto, Platón se opone a la idea de Isócrates de que la retórica es filosofía y cuestiona otra vez la relación entre retórica y filosofía, que él considera totalmente separadas. En opinión de Spang (1984: 22), las tres críticas básicas que Platón hace a los sofistas son: en primer lugar, que se limitan a las apariencias sin buscar la verdad; en segundo lugar, su falta de conocimientos psicológicos; y en tercer lugar, el no buscar la verdad a través de la dialéctica. No obstante, a pesar de su postura antisofista, su actitud hacia la retórica no es totalmente negativa.

Platón diferencia dos retóricas. Por un lado, la de los sofistas, con connotaciones negativas porque trata de persuadir a cualquier precio, sin tener ninguna consideración sobre la honestidad intelectual. Por otro lado, existe una retórica positiva interesada por la dialéctica y por la búsqueda de la verdad, que ayuda a la formación de los espíritus.

En palabras de Berrio (1983: 19) esta retórica trata de "conducir el alma por la vía de la verdad, dejando de lado el mundo de la contingencia y de la apariencia". Platón presenta estas posturas en dos diálogos: Fedro y Gorgias. En Fedro da una visión más positiva al tomar como punto de referencia a Isócrates, y aborda un aspecto fundamental como es la relación entre verdad y verosimilitud. En cambio, es en Gorgias donde hace referencias más explícitas y rechaza la retórica basada únicamente en la opinión, al considerarla una falsa persuasión ya que puede basarse en la ignorancia.

En la propuesta retórica de Platón se elimina totalmente el conocimiento del auditorio por parte del orador. Platón "busca el conocimiento absoluto, el acuerdo universal, y lucha con todas sus armas (…) contra el relativismo que hace prevalecer, por encima de la verdad, lo que funciona socialmente". En líneas generales, la propuesta platónica denosta la retórica por no considerarla adecuada para la filosofía o, lo que es lo mismo en ese momento, para la búsqueda del conocimiento.

Llegados a este punto, el avance de la retórica como disciplina requería una reconsideración de sus principales postulados que la hiciera válida para su uso social.

De esta manera se llega, en este breve recorrido, a la figura clave para el desarrollo de la retórica: Aristóteles (384-322 a.C.).

La tarea de este autor es ingente y profundizar en ella comportaría un estudio particular. Por ello, únicamente se señalan sus contribuciones más importantes para la concepción actual de la retórica. Aristóteles distingue dos ámbitos bien diferenciados: por un lado, la ciencia, donde las demostraciones se deben basar en la certeza y en la verdad, y, por otro lado, el discurso persuasivo, que argumenta sobre aquello probable o verosímil.  El primero, al basarse en la certeza, busca convencer a un auditorio universal con los mismos razonamientos, mientras que el segundo utiliza pruebas para persuadir a determinados tipos de auditorio (kairos) sin ninguna pretensión sobre el conocimiento del público universal.

Existen, por tanto, diferencias entre razonamientos y diferencias según el tipo de público al que el discurso se dirige. [4] Como se señala anteriormente, según el público surgen los diferentes géneros de la retórica, ya que quien escucha es quien determina la estructura del discurso. Así, se señalan tres tipos de géneros retóricos: el judicial, el epidíctico y el deliberativo, ya apuntados por Anaxímenes. El discurso judicial se dirige a los Tribunales y trata de defender o acusar en relación con valores de justicia y de injusticia y, como indica Robrieux (1993), los razonamientos han de ser más rigurosos porque el auditorio es más culto. Para ello utilizan la deducción(de la ley general al caso particular). En segundo lugar, el género deliberativo (siguiendo a este mismo autor) se orienta hacia las asambleas que toman decisiones siguiendo las reglas democráticas, y que han de decidir sobre el futuro en función de los valores de utilidado inutilidad. Por ello el argumento tipo es inductivo (de lo particular a lo general). Por último, el género epidíctico utiliza el razonamiento de elogio o blasfemia de personas e ideas, basándose en valores de lo bello y lo feo. Díaz Tejera (1994) resalta la relevancia que tiene el auditorio en la clasificación de los géneros retóricos. Esquemáticamente, puede representarse cómo los diferentes roles desempeñados por el público, así como la función final del discurso, determina la inclusión de los textos retóricos dentro de un determinado género.

 La consideración del género en el que va a inscribirse el discurso es una de las decisiones básicas a las que debe enfrentarse el orador porque la inclusión en uno u otro mediatizará elecciones básicas como los recursos textuales que necesita utilizar, o la manera de ordenar éstos dentro del discurso para conseguir con más facilidad el objetivo persuasivo final.

El cuadro 1 muestra esta articulación del género del discurso según el papel que desempeña el auditorio en la comunicación y su función comunicativa final. Ambos elementos son pragmáticos en el sentido de que relacionan el texto retórico con elementos propios de la función comunicativa.

Así, se puede decir que la obra de Aristóteles combina armoniosamente las tres fuentes de la retórica: la judicial, la literaria y la filosófica.

Aristóteles presenta una retórica fundamentada en la lógica de los valores, que pasan a ser puntales clave para comprender una ciencia que él considera autónoma. La independencia que le confiere no la desconecta de la filosofía ni de la elocuencia, sino que las imbrica de forma tal que constituye un sistema válido para discutir determinados temas que Aristóteles resume y agrupa en tres ámbitos: la educación, las conversaciones banales y la filosofía. La razón que da sentido a la retórica como modelo ideal en estas materias es que ayuda a descubrir más fácilmente el error y la verdad. Estagirita retoma el camino filosófico de la retórica, concretamente la retórica y la poética, destacando la necesidad de la elocutio.

Esta distinción entre diferentes ciencias se basa en los diversos métodos analizados por Aristóteles. El método inductivo (basado en razonamientos analíticos) parte de hechos particulares para llegar a generalizaciones (y es primordial para la ciencia porque permite derivar leyes de hechos observados). Para Aristóteles, el método inductivo por excelencia es el ejemplo, considerado como uno de los modos de prueba fundamentales en la argumentación "...Pues todos dan las pruebas para demostrar o diciendo ejemplos o entinemas, y fuera de esto nada; de manera que en absoluto es preciso que cualquier cosa se pruebe o haciendo silogismo o inducción".

Frente a la inducción Aristóteles sitúa la deducción o silogismo (razonamiento dialéctico) que, contrariamente al anterior, va de lo general a lo particular. El silogismo está formado por dos premisas (una general y una particular) y una conclusión derivada que se infiere de las dos premisas. De entre los silogismos, Aristóteles destaca como centro de la argumentación el entinema (éste reduce la expresión del silogismo que aparece incompleto porque falta una de las premisas, bien por evidente o bien para esconder su debilidad). Díaz Tejera (1994) afirma que el entinema es la aplicación retórica del silogismo dialéctico. A pesar de que el autor considera que ambos son sustanciales para la retórica, reconoce diferencias en su aplicación. Así, Aristóteles en su Retórica (1985: 13) afirma: "...pues no son menos persuasivos los razonamientos mediante ejemplos, si bien son más aplaudidos los basados en entinemas".

La distinción aristotélica entre inducción y deducción tiene una gran trascendencia en la metodología científica actual. Por un lado, la inducción como método da lugar a corrientes científicas como el empirismo o el positivismo, en las que todas las pruebas han de poder ser confrontadas con la realidad palpable. El problema que comporta esta visión es que nunca se pueden llegar a conocer todos los casos particulares. Por ello, la regla general que se deduce puede ser rechazada por una constatación empírica diferente y, por tanto, está sometida a revisión.

Por otro lado, el método deductivo presenta una ley general de la que se pueden derivar casos particulares. La argumentación echa raíces en esta proposición teniendo en cuenta que la regla general tiene que ser consensuada por un auditorio general (es el razonamiento dialéctico).
Una visión interesante de la propuesta aristotélica —para la consideración de la retórica como actividad discursiva claramente enraizada en la situación comunicativa en la que se desarrolla— es la que nos propone Díaz Tejera (1994). Esta autora afirma que Aristóteles considera la retórica como comunicación entre un orador y su auditorio. Para justificar esta afirmación establece una clasificación general de la obra de Aristóteles dedicada a la retórica que, de esta manera, contiene los tres componentes básicos de la comunicación

Se distingue dos tipos de retórica en la obra de Aristóteles, denominadas retórica antigua y retórica reciente. En la retórica antigua, presente en el Libro I (excepto el segundo capítulo), considera la retórica como una técnica de la demostración apodíctica. Sin embargo, en la retórica reciente introduce las pasiones como elemento fundamental de la retórica. De esta manera, este autor plantea la retórica como una síntesis de persuasión y de psicagogia.

Por último, hay que destacar la definición que ofrece Aristóteles de la retórica.

Aristóteles (1355b) afirma que la retórica es "la facultad de considerar en cada caso lo que cabe para persuadir (...) sobre cualquier cosa dada, por así decirlo, parece que es capaz de considerar los medios persuasivos, y por eso decimos que no tiene su artificio acerca de ningún género específico". Esto es, la retórica se centra en el estudio de los medios hábiles para conseguir la persuasión al margen de los contenidos que trata, Robrieux (1993: 11) recoge esta idea y afirma que: " Con Aristóteles, esta ciencia de la persuasión ya no viene a sustituir a los valores, sino que deviene un modo de argumentar, con la ayuda de nociones comunes y de elementos de prueba racionales, a fin de hacer admitir ideas a un auditorio". Esta definición es sustancial para entender el modo en que la retórica se recupera en el siglo XX y se puede decir que mantiene íntegra su validez en la actualidad.

La segunda figura destacable es Cicerón (106-43 a.C.).

Cicerón vuelve a reabrir el debate entre retórica y filosofía, realizando una gran defensa de la retórica como arte históricamente determinado, es decir variable en el tiempo y en el espacio, y complementario de la filosofía. La aportación de este autor al corpus retórico consiste en el análisis de las intenciones retóricas, que resume en tres: delectare, docere y movere. Es decir, convencer para provocar la acción, pero sin olvidar el gusto y el estilo.

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